Nunca realmente puedes sentirte extraño en un lugar extraño si no estás dispuesto a sentirte como tal como una idea preconcebida. Llegué al hotel a eso de las 9 de la mañana y el ambiente era poco menos que favorable. El hombre de la recepción me observaba dudoso, como si yo me tratase de un tipejo obstinado en conseguir algo sin una concepción previa ha hacerlo. Me explico: nadie en su sano juicio, o según mi sano juicio, dispone un viaje  a un Continente extraño sin antes preocuparse decididamente a dejar ciertos puntos resueltos para no ganarse un dolor de cabeza minutos antes de emprender una nueva acción. Había pedido con anticipación una suite con vista panorámica al río. Vaya concepción de río que tenían los encargados de las reservas. No sólo tuve que subir por un ascensor que no se podía su propio peso acompañado de lo que en cualquier parte del mundo se hubiese entendido como un botones, si no que además, al entrar a mi habitación, una adolescente joven se encontraba en plena faena de terminar los últimos dobleces de lo que sería mi lecho en los próximos días, o noches en este caso. (Ah, y para que hablar de "vista panorámica al río"... Si con suerte la reserva cumplía con la "vista". ¿A qué? Eso lo sabrán ustedes mejor que yo)
- ¿Va a usted a quedare por mucho tiempo señor...?
- No. No por mucho - contesté algo irritado mientras soltaba un par de dolares al hombre simio-botones.
- Las sábanas están limpias, en dos minutos lo dejo descansar - contestó.
Vaya ideología, "las sabanas están limpias". ¿Debería agradecerle por el hecho? ¿Pagarle también una cuota en propina por su "buenaventura" en lo que a comodidades soporianas se refiere?
La miré en silencio esperando que captara el mensaje para irse de la habitación. Pero ella hacía énfasis en sostener ese endemoniado plumero - como supe tiempo después que se referían a un montón de plumas de gallina elasticadas a un mango - sacudiendo la superficie de la 21 pulgadas e insistiendo en borrar una mancha de cigarrillo del velador de noche.
No entendía nada. Tampoco estaba en mis planes hacerlo. Debía dormir, aunque sea 5 horas. Debía descansar mi cuerpo muerto y tratar de olvidar todo lo que había sucedido hasta la fecha si quería que mi intención tuviese cierto efecto sobre mi línea vital.
No quería pensar más en eso.
Quería dormir.
Creo que ni siquiera alcancé a quitarme la ropa y con suerte pude taparme con un trozo de cubrecama para olvidar la travesía vivida recientemente en el "taxi oficial".
Estaba cansado.
Quería dormir...
jueves, 14 de junio de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario